Todos los
días, por la mañana, salgo a caminar.
La costumbre de esas caminatas empezó cuando estaba yo esperando el nacimiento de
mi hija y el doctor me mandó caminar 3 kilómetros diarios y yo seguí sus
instrucciones como si me estuviera preparando para un maratón – un
entrenamiento muy adecuado para eso de convertirme en mamá y una costumbre que
es ya parte de mi vida (y el único ejercicio aeróbico que practico, por cierto).
Tengo la
enorme fortuna de vivir en una zona rústica, lejos del centro. Cada vez hay más casas, pero aún hay trechos
sin construir y las calles son empedradas. No muy lejos se ven algunos cerros. Por supuesto que hay pocos autos que
pasan a mi lado y no hay interrupciones a mi pensamiento, porque eso sucede,
cierto? Al caminar sola voy pensando, pensando mucho, y viendo. Y lo que me encuentro, que miro
y descubro (cosas en las que jamás me fijo cuando paso en auto por los
mismos lugares), hacen que mi mente viaje más, que me lleguen ocurrencias. En esas
caminatas sólo me detengo para anotar algo, recoger una piedra, o un aguacate
caído de un árbol, o más recientemente, desde que un poco a fuerzas entré al
mundo de los teléfonos que casi tienen vida propia, para tomar una foto. Creo que esos son de los momentos en que
más cosas se me ocurren – igual que cuando estoy bajo la regadera, por cierto.
La mayoría
de las veces esas ocurrencias son pensamientos dispersos, para nada dirigidos a
asuntos útiles o productivos, muchas veces desechables y borradas pronto del disco duro, pero algunas de esas veces el aire y los árboles
logran destrabar algún proyecto atorado, darme luz sobre como acabar algo a lo que
no le encontraba el final. Claro que el chiste y lo difícil es darle después
cauce a esas ocurrencias. Es tan
fácil que se evaporen en el espacio con la misma facilidad con la que llegaron. Lo reconfortante (me digo a mí misma) es que si llegaron
antes, pueden volver a hacerlo, puedo volver a traerlos a mí cuando estoy
frente al papel…. o como en días recientes, cuando estoy con la mente en blanco
frente a mi cuaderno de dibujo y sabiendo que en unos meses debo darle forma a
toda la obra para una exposición.
Qué bonita práctica amiga... esa de caminar y estar presente en el camino, pero me hiciste recordar algún tiempo de mi vida cuando hacía guionismo y mi gran verdugo era una pantalla en blanco, esas noches sin que nada viniera a mi mente que pudiera justificar mi quehacer... ahora escribo muy poco... y en todo caso, se me antoja una hoja blanca de dibujo... pero pienso mucho... aún no se estar tan presente, pero fíjate que cocinar me está ayudando a practicarlo... picar, cortar, medir... me detiene el pensamiento... y me hace sentir tan ligera! te abrazo fuerte, gracias por compartir... tu blog está lindooo!
ResponderEliminar