La mañana
del lunes 2 de marzo me desperté en la Ciudad de México con la adrenalina y el
nervio alborotados por la aventura inédita que estaba a punto de emprender. Afortunadamente podría llenar mi mañana
con actividades que llenarían mis horas y mi mente hasta llegar a la tarde y al
motivo central de mi estancia en el DF.
Mi método
usual de transporte defeño es el metro.
Siempre.
Esa mañana
el recorrido Polanco-Tacuba-Zócalo me sirvió para repasar en mi cabeza lo que
esperaba sucediera; repasar pendientes para que no me agarraran desprevenida
(una obsesión mía) y cantar. Cantar en silencio, pensar cantando, cantar de la
boca hacia adentro pensando. Todo
eso mientras caminaba, subía y bajaba escaleras, cruzaba el Zócalo y caminaba
por Moneda, Correo Mayor, Justo Sierra, hasta llegar al número 71. Al entrar al zaguán de la Sinagoga
Histórica Justo Sierra automáticamente se quedaron fuera el calor, la mucha gente
que tuve que ir sorteando y el ruido humano del centro. Pude respirar con calma, desacelerar
mis pasos, sentarme y empezar a sentir de verdad la emoción de estar ahí,
empezando a hacer eso que había planeado y preparado durante meses.
La prima vez ke te vidí de tuz ojos
me’namorí.
Empezaban a
llegar mis amigos queridos a quienes había convocado para trabajar
conmigo. Es realmente bonito
trabajar con personas a quienes admiro y quiero y que sé que están ahí
alimentando lo que hacemos con su cariño y dedicación. Así fueron llegando Michel Amado –
queridísimo amigo, fotógrafo de tantos proyectos míos - con Olivia Luengas y Erick Ruiz, los
tres encargados de documentar en video e imágenes lo que iba a suceder. Y también estaba ahí, conociendo el
espacio y haciendo apuntes, Claudia Sánchez, la diseñadora a quien invité a
crear la presentación visual de mi nuevo “producto”. Y por supuesto llegó también mi cómplice imprescindible,
quien desde hace 7 años me acompaña en el camino de convertir en realidad
tangible y audible mis sueños: Gerry Rosado, mi productor, quien sería en esta
aventura el responsable de grabarnos al Cuarteto Latinoamericano y a mí en la
Sinagoga Justo Sierra y después post-producir lo grabado para lograr el disco
bello de canciones sefardíes del que todos estamos seguros nos sentiremos
orgullosos.
Con Erick Ruiz, Mónica Unikel y Michel Amado explorando la azotea de la Sinagoga
Con Gerry Rosado y Mónica
La rosa enflorece en el mes de mai, mi alma s'escurece, sufriendo
del amor.
Finalmente se
dieron las 3:30 de la tarde y empezaron a llegar los compañeros de proyecto
cuya presencia inminente tenía mi sistema nervioso a flor de piel. Llegó primero Arón Bitrán, segundo
violín y el integrante del Cuarteto con quien yo más había platicado, a quien había
propuesto el proyecto inicialmente y quien con su calidez y buena vibra me
ayudó a sentirme tranquila y segura de lo que estaba haciendo – no es que no lo
estuviera, sólo que tenía que recordármelo a mí misma constantemente. Javier Montiel, el violista, llegó casi
inmediatamente. A Javier también
lo había tratado ya y desde nuestra primera conversación se había establecido
una comunicación clara y cálida.
Javier había hecho cuatro de los arreglos que grabaríamos y tanto él
como yo teníamos muchas ganas de escucharlos sonar. Álvaro Bitrán, cellista del Cuarteto, llegó poco después; a
él lo conocía muy poco fuera del escenario. Sería con ellos tres con quienes revisaríamos y ensayaríamos
esa tarde todo el repertorio a grabar.
Sólo con ellos tres, pues Saúl Bitrán, primer violín, se había quedado
varado por la nieve en el aeropuerto de Boston y lo tendríamos con nosotros
hasta la mañana siguiente.
Yo m’enamorí d’un aire, d’un aire d’una
mujer, d’una mujer muy hermoza, linda de mi coraçon.
Nos fuimos
acomodando en el espacio previsto para la grabación, al fondo de la
nave, donde estábamos acústicamente más cobijados.
Y empezamos a
revisar las canciones.
Y comenzamos a
escucharlas sonar.
Y todo empezó a
fluir, los temores se me olvidaron.
Yo sabía que la
belleza de las canciones sería nuestra aliada para conectarnos con ellas sin
mayores dificultades, pero no esperaba que avanzáramos tan rápido.
Y bueno, el
Cuarteto Latinoamericano es una maravilla, por supuesto.
Y las canciones
rápidamente brillaron.
Recuerdo el
entusiasmo de Javier. Al escuchar
sonar sus arreglos por primera vez estaba muy contento y me decía: “ Espérate a mañana a escuchar cómo
va a sonar, con el power del violín de Saúl”.
Y ahí tomamos
una decisión definitiva para el resultado final de la grabación: contrariamente
a lo que se tenía previsto: grabaríamos los cinco juntos, voz e instrumentos,
porque era la mejor manera de lograr cohesión y una interpretación viva y
emotiva. Además habíamos visto en
el ensayo que sí era posible.
El cielo quero por papel, la mar quero por tinta.
Y a la mañana siguiente comprobé que Javier
tenía toda la razón.
Saúl llegó y la música creció en dimensión y
belleza.
Comenzamos a grabar y yo estaba consciente del
enorme privilegio de que mi voz fuera parte de la música que construíamos
juntos.
Esas canciones tan cercanas a mi estaban
iniciando una nueva vida con un vestido y una energía renovados.
Puncha
puncha, la rosa huele que el amor muncho duele!
Y seguimos avanzando con rapidez.
Con el Cuarteto el trabajo fluye porque gracias
a su gran nivel de ejecución, pero sobre todo a su intuición y comprensión
musicales, las dudas se aclaraban inmediatemante y fuimos logrando buscar y
encontrar la cohesion interpretativa entre los cinco de una manera natural.
De mi parte, estaba cantando canciones que desde mi nuestro primer encuentro, allá por el inicio de los años ochenta, me
reconocí en ellas, como si nos conociéramos de antes; han sido una maravillosa escuela melódica y expresiva para mi. Moverme entre sus melodías es navegar en mi universo personal
y ahora buscaba explorar con mi voz nuevos caminos para ellas en los arreglos
de Javier y de Juancho.
En la mar hay una torre y en la torre
una ventana y en la ventana una paloma que a los marineros llama.
Al final de la
última jornada salimos de la Sinagoga contentos, con las sesiones de esos días
grabadas y listas para la siguiente etapa, que estaría en manos - y oídos y
sabiduría musical - de Gerry Rosado.
Un mes después me incorporé con Gerry, en su estudio, a las sesiones de edición y mezcla del material grabado. En realidad era
él quien editaba y mezclaba. Yo
escuchaba y opinaba pero principalmente disfrutaba eso de lo que cada vez me
sentía más orgullosa. Y Gerry
también.
Ese orgullo fue
compartido por Saúl, Arón, Javier y Álvaro cuando
después de unas
semanas llegó a los oídos de todos nosotros la propuesta de mezcla de Gerry: la versión terminada de EL HILO INVISIBLE.
Adio Adio kerida, no kero la vida, me l'amargates tú.