martes, 15 de octubre de 2013

“Un rato cantar quiero”… no, bastante más que un rato quiero cantar.


No sé si lo que les voy a platicar va a sonar como una especie de delirio entre cursi y hippie, pero hay versos, palabras, frases, que junto con las melodías que las convierten en canción, se sienten al cantarlas como un caramelo delicioso derritiéndose en la boca.

La prima vez que te vidí, de tus ojos m’enamorí, de aquél momento te amí, fin’a la tomba te amaré.

O como una brisa fresca y amorosa (si es que una brisa puede ser amorosa) que penetra por los poros y hace que nos invada la certeza absoluta de que aquello que estamos cantando es bello, perfecto. 

En la mar hay una torre, y en la torre una ventana y en la ventana una paloma que a los marineros llama.

No sucede tan frecuentemente, pero a mí me ha sucedido muchas veces y la sensación me es tan familiar que puedo cerrar los ojos y revivirla.

El sol, la luna, el alba y el lucero, los ejes de oro en que restriba el cielo; el día placentero bañado en lumbres bellas, lloviendo lumbre y gloria por el suelo.

No siempre es de gozo, pero cuando no lo es, la belleza de las palabras y las melodías es tan certera que hace que la tristeza que encierran se sienta como sabor en la boca, y en la piel, tangible, real, al cantarlas.

Llorando la ausencia del galán traidor la halla la luna y la deja el sol, añadiendo siempre pasión a pasión, memoria a memoria, dolor a dolor. Llorad, corazón, que tenéis razón… razón.

Y entonces sabemos que eso que estamos cantando ha permanecido – y permanecerá - porque es cierto, y es bello, y debe ser cantado, una vez, muchas veces.

Un rato cantar quiero, pues la ocasión y el tiempo se me ofrece; ser admitido espero, que mi intento por sí no desmerece; y comienzo mi canto, aunque fuera mejor llamarle llanto.

Y debe permanecer porque, sorprendentemente, a pesar de haber sido cantado tantas veces a lo largo de – incluso – siglos (¡!!), sigue estando lleno de verdad; es y seguirá siendo algo que debe ser dicho y cantado.

Ay linda amiga, si no puedo verte, cuerpo garrido que me lleva a la muerte.
No hay amor sin pena, pena sin dolor, ni dolor tan agudo como el del amor.




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